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El arte de pensar como todos los demás
Tras una discusión de horas, el directorio de una empresa da un giro radical en sus planes de marketing. En total, son 15 personas las que respaldan decididamente la medida, pero aunque todos asienten al votar hay dos que lo hacen pese a que consideran la decisión como incorrecta. Los ejecutivos se guardan su opinión y se remiten a decir "sí, me parece" o "es la estrategia adecuada".
Algo similar ocurre cuando todos hablan de lo fascinante que es una teleserie, hasta que un secreto disidente sonríe y se une a la opinión general. Décadas de estudios han mostrado que las personas tarde o temprano tienden a inclinarse a favor de la opinión mayoritaria, aun cuando no concuerden con esa visión. Incluso, se ha analizado que este mecanismo conductual fue clave para el surgimiento de figuras políticas como Hitler y Mussolini, quienes doblegaron la voluntad de millones de personas gracias a discursos rodeados de desfiles masivos.
En un estudio de la U. de Stanford, Scott Wiltermuth y sus colegas establecieron que las actividades al unísono -como una reunión de trabajo, una conversación o incluso bailar- elevan la lealtad hacia el grupo. "Nos hacen sentir como si fuéramos parte de una gran entidad, así es que el bienestar y la tranquilidad del grupo son tan importantes como los nuestros", dice.
En el experimento de Stanford, se dividieron 96 personas en cuatro grupos: uno oía una canción, otro cantaba, el tercero cantaba y bailaba, y el cuarto grupo escuchaba versiones distintas de una canción. Luego, se les pidió que decidieran si quedarse con el grupo o separarse. Los del último grupo se comportaron menos leales con el resto.
ALERTA DE ERROR
Tras este fenómeno, los científicos han detectado raíces biológicas relacionadas con el cerebro, que está estructurado para seguir la moda o mimetizarse. Al analizar imágenes de resonancia magnética tomadas a individuos que evaluaban rasgos de belleza en fotos, el equipo de Vasily Klucharev, experto en neurociencia social de la U. Radboud (Holanda), estableció que cuando las personas tienen opiniones divergentes, sus cerebros producen una señal de "error" en la zona cingulada anterior y el núcleo accumbens. La primera monitorea los resultados que tienen las conductas, y la segunda participa en el procesamiento de recompensas y el aprendizaje social.
Los análisis de Klucharev establecieron que desviarse de la opinión mayoritaria es procesado por el cerebro como un castigo: la zona cingulada anterior se vuelve extremadamente activa -ya que el sistema nervioso detecta un error-, el núcleo accumbens se vuelve más lento, haciéndonos notar la diferencia. "Nuestra investigación muestra que esta conducta adaptativa es impulsada por un proceso muy básico y automático. Esto explica por qué, por ejemplo, la reutilización de las toallas de baño entre los clientes de un hotel aumente sustancialmente si en su habitación hallan un aviso que dice ‘75% de los huéspedes en esta pieza reutilizan sus toallas’. Aparentemente, si haces que la norma social sea explícita, eso genera un fuerte impulso cerebral que cambia la conducta", dice Klucharev.
Se trataría de un instinto que fue evolucionando durante miles de años, afirma Gregory Berns, profesor de siquiatría de la U. de Emory (EE.UU.). Ir en contra del grupo, señala, no es beneficioso en términos de supervivencia; después de todo, vivir en comunidad tiene muchas ventajas. "Nuestros cerebros están exquisitamente sintonizados con lo que los demás piensan de nosotros, alineando nuestros juicios para que encajen con el de los demás", señala el académico.
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